sábado, 10 de junio de 2017

La experiencia lúdica en el tiempo libre

El hecho de que los jóvenes tengan cada vez más tiempo libre es un reto a los educadores. Desde el ocio se puede y se debe educar.

El muchacho que juega hace una experiencia de gratitud. En el juego no hay obligatoriedad como en el trabajo o incluso en el deporte. Cuando se juega se está haciendo un uso de la creatividad. Aunque existan unas norma que sirvan de pauta, el jugador tiene que estar constantemente utilizando toda su astucia e ingenio para ir creando el juego. Una hora de clase en la escuela es casi siempre igual para el joven se limita a intentar aprender. Por el contrario, un mismo juego es distinto cada vez que se juega. Será la creatividad de los jugadores la que irá construyendo cada vez dicho juego.

Además, el muchacho que juega está haciendo constantemente uso de su libertad. El juego no es productivo, no busca sacar provecho de nada. La participación no es interesada, no hay que ganar tiempo (como en el trabajo), hay que perderlo.

El juego permite que el muchacho se experimente como ser corpóreo, como ser lleno de vida, como ser abierto a la energía y al optimismo.

La relación del que juega con el espacio y el tiempo de juego es radicalmente distinta a la que se produce con la misma persona cuando está en otros momentos de su vida. El espacio y el tiempo están normalmente estructurados y reglamentados. Un espacio determinado -la escuela-, implica una forma concreta de vestir, un modo de comportarse y de estar, una forma de hablar y relacionarse. Un tiempo concreto de trabajo aparece limitado y condicionado... Así, las personas nos adaptamos normalmente a la situación espacio-temporal en la que nos encontramos. Sin embargo, en el ámbito del juego, este tipo de relación se rompe. Ya no es el hombre el que se adapta al medio, sino que es el medio el que constantemente se está recreando y sometiendo a la creatividad del jugador. Un mismo paisaje puede ser un campamento indio, una nave pirata, una pista de atletismo o un bosque peligroso; porque el paisaje se pone al servicio del jugador y éste se acerca a ese paisaje no con afán de explotarlo sino para divertirse dentro de él. El tiempo cobra otro valor, se dilata o se dispara a voluntad del muchacho que juega. El en juego, el tiempo no pasa, se vive, se saborea..., se experimenta.

Por eso la experiencia lúdica es una experiencia que acerca también al niño la transcendencia, ya que le sitúa en un orden nuevo ante el espacio, el tiempo, los demás y ante sí mismo; y el tipo de relación con lo que le rodea ya no está mediatizado por el interés sino por el puro y gratuito afán de construir la alegría.

Naturalmente que el tipo de juegos que proponemos no es un juego técnico en el que hacen falta instrumentos caros, comercializados y sofisticados; proponemos unos juegos construidos a partir de cosas muy sencillas y que implican mucha fantasía, imaginación y creatividad.

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