sábado, 10 de junio de 2017

Introducción


El Tiempo Libre de los jóvenes es cada vez mayor. Una sociedad como la nuestra - industrial y urbana-, genera necesariamente momentos de ocio. El trabajo -cada vez más escaso- y la escuela -cada vez menos interesante para muchos- van haciendo que los muchachos y jóvenes tengan muchas horas libres que hay que llenar de alguna manera.

Por otro lado, en las relaciones humanas hay cada vez menos creatividad y dedicación. La estructura de la familia permite cada vez menos que lo lúdico sea expresión de unidad y amor. Poco a poco va habiendo menos hijos por familia, y los abuelos -cuando no viven solos- quedan enjaulados en pisos preciosos en los que difícilmente se sienten libres. Los juegos de mesa, la baraja, las historias legendarias contadas por los mayores están desapareciendo de la vida familiar de los jóvenes.

La televisión lo invade todo: llenar de vacío el tiempo libre es fácil con la tele. Muchas calles han dejado hace tiempo de ser espacios idóneos para el juego. Los vehículos y los anuncios lo llenan todo. Ya no se puede correr y saltar.

Pero como quienes rigen los destinos de nuestra sociedad saben que el tiempo libre es algo necesario para el ser humano, han descubierto que en esta necesidad hay rentabilidad. Y así han aparecido los juguetes sofisticados que lo hacen todo, mientras el niño los mira; las modas deportivas que mediatizan todo el acercamiento que el chico hace a su desarrollo físico; los parque de atracciones que a precio de oro ofrecen distracciones excitantes; la omnipresente televisión que -en medio de telefilmes- lanza mensajes publicitarios; los ordenadores que -más que razonar- enseñar a matar marcianos, etc. Y así el hedonismo y el consumo se convierten en los grandes protagonistas del Tiempo Libre de los chavales. De esta manera, el Tiempo Libre deja de ser libre y se convierte en un tiempo manipulado.

Y como parece que para pasarlo bien en los momentos de ocio es imprescindible el dinero, los chavales sin posibilidades quedan cada vez más marginados, y su tiempo libre se convierte necesariamente en un tiempo de calle donde la pandilla será la única referencia.

La experiencia lúdica en el tiempo libre

El hecho de que los jóvenes tengan cada vez más tiempo libre es un reto a los educadores. Desde el ocio se puede y se debe educar.

El muchacho que juega hace una experiencia de gratitud. En el juego no hay obligatoriedad como en el trabajo o incluso en el deporte. Cuando se juega se está haciendo un uso de la creatividad. Aunque existan unas norma que sirvan de pauta, el jugador tiene que estar constantemente utilizando toda su astucia e ingenio para ir creando el juego. Una hora de clase en la escuela es casi siempre igual para el joven se limita a intentar aprender. Por el contrario, un mismo juego es distinto cada vez que se juega. Será la creatividad de los jugadores la que irá construyendo cada vez dicho juego.

Además, el muchacho que juega está haciendo constantemente uso de su libertad. El juego no es productivo, no busca sacar provecho de nada. La participación no es interesada, no hay que ganar tiempo (como en el trabajo), hay que perderlo.

El juego permite que el muchacho se experimente como ser corpóreo, como ser lleno de vida, como ser abierto a la energía y al optimismo.

La relación del que juega con el espacio y el tiempo de juego es radicalmente distinta a la que se produce con la misma persona cuando está en otros momentos de su vida. El espacio y el tiempo están normalmente estructurados y reglamentados. Un espacio determinado -la escuela-, implica una forma concreta de vestir, un modo de comportarse y de estar, una forma de hablar y relacionarse. Un tiempo concreto de trabajo aparece limitado y condicionado... Así, las personas nos adaptamos normalmente a la situación espacio-temporal en la que nos encontramos. Sin embargo, en el ámbito del juego, este tipo de relación se rompe. Ya no es el hombre el que se adapta al medio, sino que es el medio el que constantemente se está recreando y sometiendo a la creatividad del jugador. Un mismo paisaje puede ser un campamento indio, una nave pirata, una pista de atletismo o un bosque peligroso; porque el paisaje se pone al servicio del jugador y éste se acerca a ese paisaje no con afán de explotarlo sino para divertirse dentro de él. El tiempo cobra otro valor, se dilata o se dispara a voluntad del muchacho que juega. El en juego, el tiempo no pasa, se vive, se saborea..., se experimenta.

Por eso la experiencia lúdica es una experiencia que acerca también al niño la transcendencia, ya que le sitúa en un orden nuevo ante el espacio, el tiempo, los demás y ante sí mismo; y el tipo de relación con lo que le rodea ya no está mediatizado por el interés sino por el puro y gratuito afán de construir la alegría.

Naturalmente que el tipo de juegos que proponemos no es un juego técnico en el que hacen falta instrumentos caros, comercializados y sofisticados; proponemos unos juegos construidos a partir de cosas muy sencillas y que implican mucha fantasía, imaginación y creatividad.

Los valores educativos del juego

El juego es un instrumento extraordinario con el que el educador puede ir ayudando a los jóvenes a crecer como personas. El jugar va a ser una escuela práctica donde vivir muchas de las cosas que el chico ha descubierto en su proceso educativo, y donde aprender muchas otras. Donde no llega la clase ni tan siquiera las reuniones de pequeños grupos, puede llegar el juego.
Veamos una serie de aspectos que lleva consigo la experiencia del juego:

  • El juego revela al educador cómo es la personalidad del niño. Pone en evidencia su carácter, su afectividad, su espontaneidad. Sirve para conocer mucho más profundamente al chico.
  • Desarrolla, de una forma divertida, lo físico, lo intelectual y lo afectivo.
  • Hace descubrir el sentido de equipo. El jugador tiene que aportar lo que él es para que el equipo quede beneficiado. De su colaboración con el equipo depende el buen funcionamiento del juego.
  • Pone al jugador en relación permanente consigo mismo ya que se ve obligado a preguntarse: "¿Qué es lo que yo puedo hacer?" Por eso, el juego es una actividad que da cohesión a un grupo y contribuye a que los más aislados se integren más, en la medida en que ponen en común sus habilidades, por pequeñas que sean.
  • La astucia, la rapidez, el ingenio se convierten en grandes valores. La fuerza pierde la primacía. Sólo la conjunción de las aportaciones de todos los jugadores hace que haya un resultado completo. El típico chaval fortachón que menosprecia a los más débiles quedará en evidencia al necesitar la ayuda de todos. El chico tímido y que nunca es brillante en el grupo descubrirá que su aportación es fundamental. El bien común es lo que prima, no el lucimiento personal.
  • Esa aportación de todos hace que los chicos se conozcan más entre sí.
  • Contribuye a que el chaval vaya consiguiendo una progresiva autonomía y esquemas prácticos que le ayuden a desenvolverse con soltura.
Ayuda al niño a estructurarse respetando unas normas básicas que no son impuestas arbitrariamente, sino que garantizan la buena marcha de la actividad. En ese sentido, el jugador debe ser sincero consigo mismo y no hacer trampas, ya que ha experimentado que las trampas de otros estropean el juego. en definitiva, el juego ayuda a organizar y desarrollar la personalidad del niño, conociéndose más a sí mismo y abriéndose a los demás.